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Acercamiento a la terapia de duelo

  • Foto del escritor: Germán E. González
    Germán E. González
  • 23 mar
  • 3 Min. de lectura

No son pocas las ocasiones en que me han escuchado decir que, “por muy negras que sean las nubes, encima de ellas sigue brillando la luz del sol”. Me parece que son palabras muy apropiadas para dar esperanza en un momento de dolor, prueba o incertidumbre.


Al mismo tiempo, son palabras que he utilizado con mis consultantes cuando llegan a mi clínica, buscando alguna palabra de alivio, de la misma forma que un sediento busca un oasis en el desierto.


Entiendo, eso sí, que las variables de dolor en nuestras vidas pueden ser numerosas, variadas y heterogéneas. Una de ellas puede ser el duelo, un término que también puede ser entendido como “pelea”, pues se trata de enfrentar a un enemigo poderoso que nos arrebata a un ser querido, a veces de forma inesperada.


El duelo del que hago mención en el día de hoy, no solo se refiere al dolor visceral que causa la muerte de un ser amado, puede ser también el dolor que se siente a partir del rompimiento de una relación de amor. Por otra parte, puede tratarse de un buen amigo que se nos va a otro país a causa de la desesperación por razones económicas, ese fenómeno que empuja a tantos hermanos de patria a empacar algunas mudas de ropa para después partir y buscar mejor suerte en algún otro lugar del planeta. Finalmente, puede tratarse también del dolor que experimenta un niño cuando pierde a su mascota.


De una u otra forma, todos hemos experimentado el duelo, a veces lo definimos como una de las experiencias más difíciles y dolorosas de nuestra vida. He escuchado a varios de mis pacientes asegurar, con lágrimas en sus ojos, que se trata de una experiencia que no se la desearía a nadie, ni a su peor enemigo.


Pero por muy desalentadoras que parezcan las palabras que utilizamos para definir el duelo, es importante subrayar que las experiencias de desprendimiento de lo que queremos y de los seres que amamos también se pueden asimilar de manera distinta.


No son pocos los psicólogos que nos han enseñado y explicado las cinco etapas del duelo: Negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Pero la solución del problema no se encuentra en aprenderse las etapas de memoria, ni las características de cada una de ellas.


La terapia de duelo nos ayuda a sobrellevar la pérdida de una manera diferente. No se evade el dolor, sino que se enfrenta, no nos encapsulamos del mundo que nos rodea, sino que aprendemos de él a que la vida continua. No reprimimos nuestras lágrimas, sino que aprovechamos su caudal para limpiar las insatisfacciones de la pérdida y las angustias del desprendimiento.


El duelo también nos puede enseñar a aceptar la muerte como un proceso que no podemos evadir, pero que podemos enfrentar con dignidad, respeto y esperanza.


Si todo lo anterior viene acompañado o complementado con una experiencia de fe, podremos entender mejor aquella bellísima expresión que nos enseña que “si el grano de trigo no muere, solo quedará, pero si muere en abundancia dará un fruto eterno que no morirá.”


Mi experiencia como profesional en el área de la psicología me ha enseñado de feliz manera, que el acompañamiento en el dolor es un bálsamo para el espíritu y una luz en el camino para quien cree que ya todo está perdido.


Puedo asegurar que ahora estoy convencido de que la muerte no es el final, sino que es apenas el principio.

 

Germán E. González

Psicólogo

 


 

 

 

 

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