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Innovación con sentido: no todo lo nuevo transforma

  • Foto del escritor: Javier Salgado
    Javier Salgado
  • 5 ago
  • 3 Min. de lectura
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En el último Índice Global de Innovación 2024, publicado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), Honduras se ubicó en la posición 114 de 132 países. Si bien es una leve mejora respecto al puesto 116 del año anterior, seguimos rezagados a nivel global y muy por debajo del promedio mundial. Nuestra puntuación —16.7 sobre 100— evidencia una brecha significativa frente al promedio internacional de 31.6, y nos ubica entre los países con menor desempeño en la región. 


Este resultado no es solo un número. Es un reflejo de nuestras carencias estructurales: instituciones frágiles, débil infraestructura para la innovación, y baja producción creativa. También es una advertencia: si no repensamos qué significa innovar —y para qué lo hacemos—, corremos el riesgo de seguir acumulando tecnología sin transformación, metodologías sin impacto y reformas sin resultados. 


Porque no todo lo nuevo transforma. Y no toda innovación tiene sentido. 


Vivimos rodeados de términos como disrupción, transformación digital, inteligencia artificial, aprendizaje activo, entre muchos otros. Pero innovar no es solo incorporar lo último. Es preguntarse si eso último realmente resuelve un problema, mejora una experiencia, amplía oportunidades o acerca soluciones donde más se necesitan. 


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Esa es, precisamente, la diferencia entre la innovación vacía y la innovación con propósito. Mientras algunas organizaciones adoptan tendencias solo para parecer modernas, otras construyen capacidades sostenibles que generan impacto real. Innovar con sentido implica mirar más allá de lo inmediato y preguntarse: ¿qué cambios estructurales necesitamos para que la innovación mejore vidas y no solo procesos? 


Algunos países que estuvieron en situaciones similares a la de Honduras decidieron hacerse esa misma pregunta. Y actuaron en consecuencia. En años recientes, varios de ellos lograron mejorar significativamente su desempeño en innovación aplicando estrategias con visión a largo plazo, fuerte conexión entre universidad, sector público e industria, y un enfoque claro en la pertinencia social de sus acciones. Entre las más relevantes, destacan: 


1. Parques de innovación y hubs tecnológicos multisectoriales 


Botsuana, por ejemplo, apostó por la creación del Botswana Innovation Hub, un ecosistema que reúne emprendimientos, universidades y empresas tecnológicas con apoyo público. Este espacio ha impulsado proyectos en energía limpia, agricultura inteligente y salud digital, atrayendo inversión y talento local. 

 

2. Fortalecimiento de la investigación aplicada y fondos competitivos 


Vietnam incrementó su inversión en I+D como porcentaje del PIB y fomentó la creación de redes entre universidades e industria. Además, estableció fondos nacionales para la innovación tecnológica con criterios de pertinencia social y productiva. 

 

3. Centros de apoyo a la propiedad intelectual y transferencia tecnológica 


Colombia, a través de los Centros de Apoyo a la Tecnología y la Innovación (CATI), en alianza con la OMPI, ha fortalecido los mecanismos que permiten a universidades y emprendedores proteger y escalar sus desarrollos tecnológicos. Gracias a este acompañamiento, muchas ideas han logrado convertirse en soluciones concretas con valor económico y social, fomentando un ecosistema de innovación más robusto y sostenible. 

 

4. Ecosistemas universitarios orientados a impacto social 


India impulsó desde sus universidades públicas la creación de incubadoras de emprendimientos de base social y programas de innovación frugal que priorizan la resolución de problemas locales con recursos limitados, lo que ha permitido generar soluciones escalables con alto valor transformador. 


Estos ejemplos muestran que innovar con sentido es posible. No requiere empezar con todo, pero sí empezar bien: con visión compartida, voluntad política e instituciones que aprendan, colaboren y se evalúen. 


La verdadera innovación empieza con una pregunta sencilla pero poderosa: ¿Para qué estamos innovando? 


Innovamos con sentido cuando nuestras acciones tienen propósito, cuando nuestras decisiones buscan impacto, cuando nuestras organizaciones dejan de seguir tendencias y comienzan a marcarlas. 


Porque solo así, la innovación deja de ser una moda y se convierte en legado. 



Por: Javier Salgado Lezama 

Ingeniero Civil, con Maestría en Desarrollo Local

Vicerrector Académico Nacional de la Universidad Tecnológica Centroamericana (UNITEC)










 
 
 

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