Solemnidad de Nuestra Señora de Suyapa
3 de febrero de 2025

Lectura del santo evangelio según san Marcos
Marcos 5, 1-20
Cuando aquel hombre vio de lejos a Jesús, se echó a correr, vino a postrarse ante él y gritó a voz en cuello: “¿Qué quieres tú conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Te ruego por Dios que no me atormentes”.
Dijo esto porque Jesús le había mandado al espíritu inmundo que saliera de aquel hombre.
En la hora de Jesús, de la Madre y de la Iglesia, las palabras del Redentor son solemnes y realizan lo que proclaman: María es constituida Madre de los discípulos de Cristo, de todos los hombres (Hch 1, 14). Y el que acoge en la fe la doctrina del Maestro, tiene el privilegio, la dicha, de acoger a la Virgen como Madre, de recibirla con fe y amor entre sus bienes más queridos. Con la seguridad de que Aquella que ha cumplido con fidelidad la Palabra del Señor, ha aceptado amorosamente la tarea de ser siempre Madre de los seguidores de Jesús. Por eso, desde los albores de la fe y en cada etapa de la predicación del Evangelio, en el nacimiento de cada Iglesia particular, la Virgen ocupa el puesto que le corresponde como Madre de los imitadores de Jesús que constituyen la Iglesia.
Lo hemos podido apreciar en el texto de los Hechos de los Apóstoles: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús y de sus hermanos”. En el nacimiento de la Iglesia, en Pentecostés, está presente la Madre de los discípulos de Jesús, con el ministerio maternal de reunirlos como hermanos en un mismo espíritu y de fortalecerlos en la esperanza, para que acojan la fuerza que viene de lo alto, el Espíritu del Señor que anima y vivifica la Iglesia de Jesús.
Como ya advertían los Padres de la Iglesia, esta presencia de la Virgen es significativa: “No se puede hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con los hermanos de éste” (cf. Cromazio di Aquileia, Sermo XXX, 7: sources chrétiennes, 164, p. 134; Pablo VI, Marialis Cultus, 28).