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Memoria Obligatoria de Stos. Carlos Luwanga y Comp. Mártires

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Lectura del santo evangelio según san Juan 17, 1-11a

En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, dijo Jesús:

«Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.

Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese.

He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.

Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».

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Reflexión 

"Padre: ha llegado la hora". La primera palabra que sale de los labios de Jesús es Abbá, Papá, Papi. Esto establece el ambiente, el halo que circunda cuanto va a suceder. Se trata de un Hijo que está llamando a su Papá para contarle lo que tiene en el corazón.

"En el principio existía la Palabra". La Palabra se encarnó, puso su tienda entre nosotros durante los años de la vida de Jesús. Llegó el tiempo, la hora, en la que todo debe cumplirse. Es el tiempo más pleno, más cargado de significatividad que haya existido.

"Yo te he glorificado en la tierra...". Es un diálogo de honda ternura y confianza. No es un reclamo, ni una reivindicación. Es la manifestación de la honra del deber cumplido que se expresa con toda transparencia porque se siente amado y comprendido. Es el desahogo avalado por la confidencia y el abandono infinitos en el regazo del Padre, frente a la "hora" del paso difícil, el del sufrimiento y la muerte. Es quizás la añoranza de la casa paterna, del abrazo del Padre, de las conversaciones sin fin... Si traducimos "glorificar" con "amar", quizás acertemos en la comprensión del sentido de lo que estamos contemplando...

"No ruego por el mundo, sino por los que me diste". Después de reforzar la conciencia del vínculo con su Padre y de renovar su confianza y abandono en él, a Jesús le queda en el corazón otro tema que siente necesidad de presentar también en el coloquio-oración que ha entablado: los suyos, su comunidad.

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