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Domingo de Pascua: Resurrección del Señor

20 de abril de 2025

reflexion.avif

Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:

«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Reflexión 

Celebremos la Pascua con inmensa alegría y amor, porque Cristo ha resucitado. Hoy, Jesucristo ha vencido la muerte, el pecado y la tristeza, abriendo las puertas a la auténtica nueva vida que el Espíritu Santo nos concede como gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y el Camino eterno. En palabras del Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes 22), Él «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación».


El Evangelio de hoy nos presenta un gran signo: el sepulcro vacío de Jesús. Aquel que vive ya no está entre los muertos, porque ha resucitado. Los discípulos lo experimentaron vivo en un encuentro de fe maravilloso. El sepulcro vacío y las apariciones del Resucitado son pruebas significativas para la fe del creyente. Como dice el Evangelio: «Entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). En ese vacío, junto con la sábana de amortajar y el sudario doblado, el discípulo percibió pequeños signos de la acción divina y de la nueva vida. Es el amor el que permite captar lo que otros no ven, a menudo con pequeños gestos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) fue guiado por el amor que Cristo le había entregado.

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