V Domingo del Tiempo Ordinario
9 de febrero de 2025

En esa multitud sedienta de palabras, silencios y gestos de vida estoy también yo. Me imagino dentro de la escena observando con amor y asombro al Maestro. Soy miembro de un pueblo sediento de Dios. A mí no me va la indiferencia, mi identidad es ser un buscador/a de Dios.
En esa multitud sedienta de palabras, silencios y gestos de vida estoy también yo. Me imagino dentro de la escena observando con amor y asombro al Maestro. Soy miembro de un pueblo sediento de Dios. A mí no me va la indiferencia, mi identidad es ser un buscador/a de Dios.
Parece de carambola pero Jesús, cómo en la barca de Pedro, elige subirse al barco de mi vida. A mi rutina desgastante, a veces vacía y sin ganas. El gesto de apartarse de la orilla puede leerse como un gesto de intimidad, algo que ayuda a centrarse y concentrarse en el Amigo y Señor que habla al corazón.
Jesús deja de hacer su "tarea" de predicar para acompañar a los pescadores. Él los llama a hacerse cargo, a seguirlo intentando, a superar sus propias limitaciones desatendiendo sus propios pasos mal dados en la pesca. No los juzga, confía en ellos y los impulsa a intentarlo una vez más. La única diferencia es que ahora está Él en la misma barca con ellos.
En la frase de Pedro están contenidos todas nuestras frustraciones y fracasos, nuestros sueños truncos y deseos enterrados: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada". Pero también está la actitud de docilidad al Espíritu, la intuición que rompe con el círculo de lo conocido, la apertura a lo nuevo: "Pero, si tú lo dices, echaré las redes". Ésta confianza y libertad frente a lo ya tantas veces comprobado es lo que posibilita el milagro. Es la actitud que necesito adoptar en la vida.