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Entendiendo qué es la consejería

  • Foto del escritor: Germán E. González
    Germán E. González
  • 30 mar
  • 3 Min. de lectura

No son pocas las ocasiones en que he escuchado decir a algunas personas cosas semejantes a estas:


“Me gusta platicar con él (o ella) porque da buenos consejos.”

“Aconséjeme que no sé qué hacer.”

“Vengo a que me aconseje.”


Las tres premisas anteriores pueden sonar muy positivas, incluso pueden parecer prácticas, en el sentido de que al no saber qué hacer ante un problema, una situación atípica, una disyuntiva o una toma de decisión seria, acudimos a otra persona para que nos diga lo que debemos hacer con nuestra vida. Dicho de otra manera, le pedimos a un tercero que decida por nosotros, lo cual nos limita en cuanto a nuestra capacidad de decisión.


Pensémoslo de la siguiente manera: Juan es hijo de un médico y le dice a su padre que lo aconseje pues no sabe qué estudiar, que hay dos carreras que le llaman la atención, ingeniería civil y medicina. Acto seguido, el papá le aconseja que estudie medicina (¡Claro! Es la carrera que le gustó al papá de Juan, lo cual no significa que sea la carrera que le debe gustar a su hijo).


Veamos otro ejemplo: Martha le comenta a su hermana, Claudia, que Luis y Miguel le han pedido que tengan un noviazgo, razón por la cual se encuentra en una disyuntiva, pues no sabe a cuál de los dos escoger. Claudia le aconseja que escoja a Miguel, porque a ella le cae mejor que Luis. En conclusión, Martha le permitió a su hermana que le escogiera el novio.


Los dos casos anteriores ejemplifican perfectamente lo que muchos han mal entendido como consejería, que otro les diga lo que deben hacer.


Así no funciona la consejería en psicología, aunque no se puede negar que algunos psicólogos a veces ceden a la tentación de dar consejos, cosa que no se debe hacer en el ejercicio de la profesión.


En lo personal no suelo hablar mucho de consejería, como sí me encanta hablar de orientación. La palabra orientación proviene del término “oriente” que es el punto cardinal por donde vemos la salida del sol en las primeras horas de la mañana y llena nuestro panorama de luz para que podamos emprender nuestro camino. Por tanto, cuando hablamos de “orientación psicológica”, nos referimos al ejercicio de dar luz a la persona que lo requiere para que pueda llegar a una mejor toma de decisión en el caso que lo necesite.


Abordemos nuevamente esto con un ejemplo:


Juan solicita cita con el psicólogo y le manifiesta que debe escoger una carrera profesional, pero no sabe si decidirse por ingeniería civil o medicina. El psicólogo muy probablemente hará un estudio del perfil vocacional de Juan y, a lo mejor, arroje que el joven tiene una habilidad contundente para las matemáticas, la física y la orientación espacial. Probablemente en la entrevista, Juan asegure que le molestan los malos olores y que le aterra el entrar en contacto con sangre de otras personas.


Es muy probable que el psicólogo le haga referencia de los hallazgos encontrados en el estudio de su perfil y que definitivamente sus fortalezas (las de Juan) están en los números y las ciencias exactas. Con esto, Juan comprenderá que tiene mejores capacidades para ser ingeniero civil que para ser médico, pero que la decisión final le compete únicamente a él, pues es el responsable de encaminar su vida por el sendero que mejor se adapte a sus anhelos e intereses.


El psicólogo nunca decidirá por su consultante, ni en nombre de su consultante, pues a cada persona se le debe respetar su capacidad y derecho de escoger el camino que mejor le parezca.


¿Y si el consultante se equivoca al escoger? (Esa es una muy buena pregunta) En caso de que se equivoque, tendrá la oportunidad de reconocer su error y también de corregirlo, cosa que nos ha pasado a todos aquellos hombres y mujeres que nos hemos equivocado y que también hemos aprendido de nuestros errores.


Errar está permitido y corregir es una obligación.

 

Germán Eduardo González

Psicólogo



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